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jueves, 1 de septiembre de 2011

Lo que ellas no pudieron ser

Ellas son pequeñas muñecas de carne y hueso; uñas postizas, sonrisas ensayadas, fundas en los dientes blancas y relucientes, lentes de contactos de colores, tacos altos y costosos y relucientes vestidos, elaborados peinados y ¿por qué no? joyas carísimas para darle ese toque distinguido… el sueño de cualquier niña, pese a las elevadas probabilidades de que ese sueño acabe por convertirse en pesadilla.

Los certámenes de belleza infantil se han convertido en las últimas décadas en todo un fenómeno de masas y sobre todo en un lucrativo negocio para los que manejan cada franquicia. Actualmente se calcula que mueven alrededor de unos 5000 millones de dólares cada año.

Los certámenes van sumando cada año e incluso en un canal de EE.UU se puede ver un “reality” titulado “Little Miss Perfect” donde la gracia está más en ver las luchas y envidias de los padres de las niñas que la pasarela, bronceado y el exagerado maquillaje que puedan lucir. Y es que en esas familias, por no decir en esas madres, está el verdadero origen de estos peculiares concursos.

El que tu hija luzca hermosa en una de estas pasarelas no es algo gratuito y, por desgracia, no está al alcance de todas las familias. Generalmente, la inscripción en un certamen de importancia suele costar unos 800 o 100 dólares, a esto hay que sumar el viaje al lugar donde se celebre el certamen , hoteles, comida un buen gasto en maquillaje y peluquería y otro mayor en vestidos y accesorios , ya que no vale cualquier trapito y en muchas ocasiones las niñas lucen diseños creados en exclusividad por grandes diseñadores.

Ya sé que yo no soy nadie para criticar lo que hace esta gente, allá cada uno con la educación que les da a sus hijos, pero no puedo remediar el pensar que algo falla en los cerebros de estos padres al actuar de este modo, no puedo dejar de imaginar que tras todo esto se ocultan ciertos complejos y carencias que intentan ocultar con capas de rímel y pestañas postizas en sus hijas que, como no, se muestran encantadas viéndose convertidas en pequeñas princesas y con su felicidad colmada por las continuas atenciones de sus queridas madres.

Pero… ¿Qué ocurre cuando la niña no gana el concurso? Porque muchas son las que se presentan pero está claro que solo una lo gana? ¿O consciente o inconscientemente la hacen culpable de no ser lo suficientemente buena?

Lo mejor es que la suerte de las perdedoras sea mejor que la de las ganadoras , que se verán inmersas en un mundo de adultos a una edad demasiado temprana perdiendo por completo esos años que todos sabemos que son los mejores de nuestras vidas.

Pero para estos padres estos riesgos no tienen importancia, a ellos lo que les importa es que sus hijas sean las que más brillan, las que tienen la sonrisa más brillante y la espalda más recta, en definitiva, las que sean aquello que ellas no consiguieron ser.

*Por Martyn Venero, estudiante del 2° de Ciencias de la Comunicación - FAFI


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