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miércoles, 7 de noviembre de 2012

Mi primer amor

Cuento corto de Ricardo Steimberg


Dos semanas después de comenzar el segundo grado, en la escuela Domingo Faustino Sarmiento, de la Avenida Pueyrredón y Sarmiento, de la ahora llamada Ciudad Autónoma de la Ciudad de Buenos Aires, la maestra titular, dejó su puesto. No recuerdo el motivo, pero eso hoy, no tendría mucho valor.

Lo importante es que, apenas mi nueva maestra transpuso la puerta del aula, junto con la directora, quien nos la presentaría; para que yo me quedara totalmente deslumbrado ante su belleza. Solo tenía 7 años de edad, y no eran tantas las mujeres que conocía, sin embargo, ya distinguía a las bellas de las otras. 

Cuando la directora se retiró, ella, que no recuerdo su nombre, se presentó ante nosotros. Y a continuación, fue llamando uno a uno, para que le diéramos nuestro apellido, y así, identificarnos en la planilla. Cuando llegó mi turno, me levanté del asiento, la miré fijo, con ojos de ganso y de mi garganta no salió ni siquiera un solo gritito. 

Estaba tan embobado por aquella mujer, que mis ojos se nublaron y mis oídos se taponaron al tenerla ahí. Todos se rieron de mí, pero eso, en aquel momento, no me importó. Lo único que las carcajadas hicieron fue sacarme de aquel pesado sopor y responderle tartamudeando Ri-Ri-Ri-Ri-car-car-do. 

Más risas que antes. Entonces ella, apiadándose de mí, hizo callar a mis compañeros, al tiempo que se me acerca y aprieta mi cabeza contra su vientre. Eso me hizo sentir tan bien como si lo hubiera hecho mamá. Era la primera vez que una mujer que no fuera ni mi mami ni mi abuela, me reconfortaba tanto. 

Durante el resto de aquella tarde, la mayoría de mis compañeros se dedicaron a burlarse de mí. Al principio compartía sus bromas, riéndome tan fuerte como ellos, más viendo que eso no hacía mella en mí, optaron por la peor de las burlas: la indiferencia. Eso me molestó, viniendo de mi colega de pupitre.

Volví eufórico a casa y nadie sabía el motivo. Claro que ninguno de ellos no acertaría ni en mil años. ¿Quién podría adivinar, que un niño de apenas siete años, estaba teniendo su primera experiencia amorosa? Apenas dejé mi cartera sobre la cama, fui a buscar a mi mamá para contarle la excitante novedad.

Ella no me podía atender, ya que había visitas, y toda su atención era para aquellas personas y por supuesto para mi hermanita Norma, que tendría apenas dos años. Intenté interrumpirla varias veces, hasta que me topé con una de las miradas asesinas de mi papá.

Eso me alertó para no seguir molestando. Cuando había mayores conversando, los menores desparecían. Por lo tanto, con disimulo, me fui retirando antes que la ira de los dioses, caiga sobre mí. Está demás decir que me fui a mi cuarto, bastante molesto.

Estaba más que fastidiado. Tenía una gran noticia para darles y nadie parecía estar interesado en conocerla. Mientras que yo, casi estaba por explotar para darla a publicidad. Esperé impacientemente que aquellas personas extrañas, que me arruinaron el día, se fueran lo más rápido posible y así poder contar todo. 

Creo que la impaciencia formaba parte de mí y yo estaba convencido que la había perdido con los años. ¡Vaya olvido!, la edad borra los recuerdos que solo aparecen hurgando tras mucho esfuerzo. Una vez que los visitantes, se marcharon, casi la asalté a mi mamá y le vomité todo lo que había guardado por dos horas y media. 

Pero casi no escuchó lo que le dije. Estaba muy ocupada con varios problemas. Eso me enfureció un poco, así que volví a mi cuarto. Durante mucho tiempo fui el centro de la familia, luego con la llegada de mi hermana, perdí el cetro, pasé a ser el segundo.

Esto me llevó cierto tiempo masticar y digerir, pero como no quedaba más remedio: lo acepté. Resigné cierto tipo de protagonismo. Pero de centro a ser segundo, vaya y pase, más de segundo al tercer plano, eso ya era difícil de tragar. Por eso decidí refugiarme en mi cuarto.

Al otro día, ya se habían ido los demonios de mi cuerpo y entonces le conté todo a mi mamá. Ella se puso contenta que el reemplazo resultó tan bueno como la titular. Con el correr de los días, mi amor por ella se fue acentuando. Hacía todos los deberes sin necesidad que nadie me insistiera.

Me lavaba solito las orejas, cepillaba mis dientes, después de cada comida, sin intervención paterna. Me levantaba más temprano que de costumbre, solo para inspeccionar hasta el más mínimo detalle de mi vestimenta. Al principio no hubo problemas, pero con el correr de los días, mi actitud despertó grandes sospechas.

De pronto había cambiado todas mis rutinas cotidianas. Y cuando esto se hace demasiado evidente, es muy difícil que los padres no lo noten. Solo que esto se había retrasado, solamente por dos motivos fundamentales. 

El primer, se debía a que mi hermana daba más trabajo de lo esperado, comparado conmigo y era indispensable mantener toda la atención en la pequeña Norma. El segundo, era que mi papá, siempre estaba muy ocupado con sus pacientes y lo tenían de aquí para allá. Especialmente con los recién operados.

Pero aún así, no pasó desapercibido. Mamá y papá comenzaron a interrogarme. Al principio eran preguntas inocentes y sutiles, como para sonsacarme cosas sin que me diera cuenta. Sin embargo, no caía tan fácil en sus trampas. Los dejé así, por algún tiempo, en las sombras.

Supongo que mi mamá odiaba, cuando ella me decía algo y yo respondía: “pero la señorita dijo esto…” y “la señorita dijo aquello…”, era como enfurecer a la fiera que toda madre lleva dentro. Los celos de una madre son incontrolables, en especial cuando siente que existe un rival potencial que ponga en peligro el monopolio de su cariño.

Pero tanto misterio no podía tardar mucho tiempo sin ser develado. Solo era cuestión de sumar dos más dos. Y como toda mujer, curiosa, se fue a la escuela sin pensarlo, dos veces. La excusa podía ser cualquier cosa, lo importante para ella, era conocer quién le había robado el corazón de su chiquitín. 

Al otro día, después de almorzar, me dio la infausta noticia que me acompañaría a la escuela. Papá deseaba saber todo acerca de mi comportamiento. La famosa técnica de echarle la culpa a mi papá para lavar sus culpas, y quedar como una obediente y santa esposa, ya la conocía de memoria. Por lo que, fingí seguir el juego. 

Lo único que deseaba evitar, eran las posibles burlas de mis compañeros al verme “como una nenita, con su mamita”. Por lo demás, me encontraba bastante tranquilo porque, debido a mi extrema timidez, era incapaz de provocar algún tipo de desbarajuste. 

Cuando entramos al colegio, me zafé rápido de la mano de mamá. Nunca supe el motivo por el cual ella se empeñaba en avergonzarme ante mis colegas. Eso es algo que ella lo sabía de memoria. Pero supongo que ese era su modo de castigarme, por haber encontrado un doble suyo, que la reemplazaba, totalmente, por un par de horas. 

Lo que hablaron de mi, nunca lo supe, ni me interesó saber. Lo que sí, después de un largo tiempo, charlando, en una de las salas de clase, las vi aparecer riendo alegremente. Habían fumado la pipa de la paz y sin testigos de por medio.

Cada día que pasaba, esa mujer me atrapaba más y más. No podía dejar de mirarla y mucho peor, sentía la necesidad de atraer su atención a cada instante. Pretendía ser eje y centro de su mundo, cosa improbable e imposible. Ya que ella distribuía su cuidado y esmero a todos por igual.

La situación en casa era inaguantable. Esperar tantas horas para volverla a ver. Y en la escuela, que me dedicaba solo unos pocos minutos de su tiempo. Porque el egoísmo del amor no entiende de razones y mucho menos de compartir, lo que tanto se quiere. 

Una buena tarde, en la que perseguía a mi maestra, para decirle no se qué cosa, me encontré con la sorpresa más grande de mi vida. En la vereda, frente de la gran puerta de entrada, se encontraba un hombre bastante alto, vestido con un elegante traje negro.

Apenas ella lo vio, fue hacia él, y le estampó un sonoro beso en su mejilla. En ese mismo segundo, mi pequeño corazón, que se creía merecedor de todos sus halagos y caricias, se rompió en mil y un pedazos. Llegue a casa hecho un despojo humano. 

La traición había terminado muy pronto mi primer amor y con una decepción a cuesta. Este sería el primer eslabón, de una larga cadena de hechos relevantes en mi vida sentimental. Sin embargo, cada tanto recuerdo a la señorita del segundo grado, que sin saberlo, pasó a ser mi primer amor. 

1 comentario:

Olga ferreira dijo...

hermoso el cuento , tierno describe los inocentes sentimientos de un niño ante la primera sacudida de emociones