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viernes, 24 de mayo de 2013

EL ÁNGEL NEGRO


Cuento corto por
Ricardo Steimberg



Él se encontraba solo en su cuarto. En un completo silencio. Su dormitorio era austero, solo había allí los muebles necesarios. Sumergido profundamente dentro de sí, masticaba sus propios pensamientos. Sus negras ideas carcomían sus entrañas, llenas de odio y rencor, maldiciendo una y mil veces en su interior. 

Sentía una profunda rabia que venía de sus entrañas y que se irradiaba por todo el cuerpo, desde la punta del dedo gordo hasta el último de sus cabellos. Sin quitarse los lentes de sol, en aquel cuarto en penumbra, espiaba por la ventana, con cierta envidia a los niños de su misma edad, que correteaban libremente por la calle, al mismo tiempo que oía sus gritos y su contagiante risa. 


Realmente no encontraba un lugar para su cuerpo. Iba y venía por el cuarto como si fuera un león enjaulado, otras veces se recostaba sobre su cama unos instantes, como para descansar su cuerpo dolorido. O bien se reclinaba contra la ventana, como para matar el tiempo y la lúgubre monotonía. 

Solo de vez en cuando movía la cabeza de un lado para el otro y entornaba los ojos, que le ardían en demasía. Solo los lentes oscuros aliviaban algo su dolor, pero aún así, no era suficiente. No quiere ver a nadie, pero no podía evitar escuchar, desde la ventana, esas risas infantiles que lo irritaban sobremanera. 

Provocaban un demoledor martilleo en su cabeza que le causaba una furia casi incontenible, y eso lo asustaba. Desde hacía tres días que se encontraba recluido en su pieza, sin salir, casi sin comer, sin ver a nadie, excepto a su madre, quien se asusta ante este comportamiento de su único hijo. 

A medida que pasan las horas, percibe que todos sus sentidos se van agudizando. Ve mucho más que hace 3 días atrás, su fuerza se ha quintuplicado y se muestra torpe para asir las cosas, porque sin poder evitarlo, las rompe. Siente muchas emociones contradictorias que lo terminan por confundir. Lo que antes era tan claro y evidente ahora ya no lo es. 

Únicamente sale de su refugio para recorrer el corto trayecto entre su habitación y el cuarto de baño. Estando sobre su cama, percibe inmediatamente que dos personas están subiendo la escalera. Es su madre y alguien más. Ella venía acompañada de Armindo, su mejor amigo, pero aún así no recibió. 


Se encuentra de muy mal humor. El sol va cayendo y la noche está muy próxima. El ardor que siente en sus ojos se va haciendo más agudo. Son como mil alfileres clavándose en sus órbitas. A cada oleada de punzadas, más rabia le provoca y sus impulsos por destrozar todo lo que tiene a mano era realmente atroz. 

A esto se le sumó un intenso dolor en las encías, que le impedían casi abrir su boca. Soportaba estoicamente el dolor. La madre presentía que a su hijo algo extraño le estaba sucediendo pero que el muchacho no confiaba suficientemente en ella como para confesarle su problema. 

En un momento dado, él sintió tanto dolor, en la boca, que un violento impulso lo movió a saber que le sucedía a su encía, por lo que se dirigió rápido hacia su ropero, abrió una de sus puertas y pudo apenas verse reflejado en el espejo. 

Dejó entonces sus lentes oscuros sobre la mesita de luz, para verse mejor. Su triste aspecto lo asustó. Se vio demasiado demacrado, con unas ojeras muy pronunciadas. Las líneas de su rostro se habían endurecido. Y no le gustó para nada su nueva imagen. 

Abrió grande su boca y notó que sus dos colmillos habían crecido desmesuradamente en comparación con el resto de su dentadura. 

Un suave reflejo de luz que vino del exterior, hirieron sus ojos y en un acto totalmente instintivo, estiró su mano hasta la mesita de luz y rápidamente se colocó otra vez los lentes oscuros. 

Pero cuando regresó ante la luna de su ropero, para ver nuevamente su boca, se aterrorizó aún más, al no verse ya reflejado en el espejo. 

1 comentario:

Unknown dijo...

EL INICIO DE UN VAMPIRO. GENIO. SALUDITOS DESDE MENDOZA- ARGENTINA