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miércoles, 29 de junio de 2016

LOS ATAÚDES DEL SEÑOR BROWN

Cuento corto del escritor Ricardo Steimberg
de su libro "RUMBO AL INFIERNO"

El señor Brown era el hijo de un artillero inglés, que vino escapado de su país, y al enamorarse de una paraguaya, no se fue nunca más. 

El mariscal López lo contrató para enseñarle a los novatos a disparar los cinco cañones que nuestras tropas le habían robado, a uno de los tantos barcos brasileros que subían por el Paraná. 

Por desgracia Míster Joseph Brown murió en una emboscada y no pudo conocer al hijo que venía en camino. Ella le puso el mismo nombre que su concubino; José. El niño rubio y de ojos muy claros contrastaba con el resto de los habitantes del pequeño villorrio, no muy distante de Asunción. 

La madre, luego del rudo golpe emocional sufrido, lo crió como mejor pudo. Lo envió con mucho sacrificio a estudiar a un colegio religioso, del que salió egresado con las mejores calificaciones. Pero José tendría un encuentro que cambiaría su vida. Mientras trabajaba, como aprendiz, en un pequeño trapiche, se encontró con una extraña persona que le garantizó fama, fortuna y una vida inmortal, a cambio de entregarle su alma. 

La propuesta fue hecha por un tal Vicente Donofrio, un italiano que había llegado buscando riqueza, pero sentía tanta nostalgia de su tierra, que estaba dispuesto a vender todo tan barato, como si fuera casi un regalo, con tal de volver a su hermosa Venecia. José dudo mucho en contestar, ya que si bien la oferta era tentadora, la inmortalidad suponía mucho tiempo. 

La oferta incluía a una casa junto a una fábrica de féretros, ambos asentados sobre un buen terreno, situado casi en el centro de aquel pequeño villorrio. Prácticamente no había otra carpintería igual en más de 300 kilómetros a la redonda. Y a su personal, dos muchachos muy hábiles, un poco mayores que José. 

Aún dudando, solo pensó en darle a su pobre madre, todo el bienestar que nunca había tenido y cicatrizar las penurias padecidas por ella, durante la sanguinaria contienda. 

En cuanto a él, nunca el dinero había sido muy importante en su vida, por lo tanto el tema le resultaba indiferente. Casi de inmediato la suerte del señor Brown, cambio radicalmente. 

Al otro día fue ascendido a recepcionista de las carretas cargadas con caña de azúcar. Por esa época tenía 19 años y era muy apreciado en el trapiche. Y esto lo llenó aún más de dudas, creyendo estar por el buen camino.

Por eso le pidió dos días para responderle, reclamándole antes, al italiano, que le dijera, el verdadero motivo de tal ridícula oferta. Este le confesó, que ya conocía sobre su pacto y por lo tanto al firmarlo, Vicente quedaba liberado y podía volver a Italia. Donde comenzaría nuevamente otra vida. 

Le explicó como debía fabricar los féretros y el secreto para convertir a una persona en un autentico inmortal. También le contó que en 50 o 60 años se cansaría de ser rico y odiaría la soledad. Todos los que ame, dejaran de vivir y tendrá que recomenzar amargamente todo de nuevo. Cumplido el plazo establecido, fue al encuentro, muy lleno de temores, ante aquel enigmático personaje. Se vieron en el cementerio, a una hora no acostumbrada, y tras varios minutos de intensas negociaciones, firmaron un antiguo documento, a modo de contrato. 

Quedaron entonces en encontrarse nuevamente, un poco antes del mediodía, donde firmarían el traspaso de las propiedades, ante el Juez de Paz, única autoridad en toda la zona. Luego, sin testigos que los vieran, le entregó un conjuro escrito en un muy viejo manuscrito. Este debería ser recitado siguiendo un rito muy bien especificado, que se encontraba a continuación del maleficio. Y debía hacerse a un hombre rico, que le traspasaría todos sus bienes, para luego fingir su muerte y renacer con el mismo nombre, pero en otro lugar. Cuando ya fuera viejo lo repetiría con él mismo. 

Como el país estaba arrasado, y no había circulante, eran las propiedades, los únicos bienes de cambio posible. Los animales habían sido comidos o llevados por el enemigo. Tenía que esperar a que los tiempos cambiaran, para que estos volvieran a valer algo. A José el tiempo no lo preocupaba, hasta tenía de sobra. Los féretros del señor Brown eran una pantalla para un negocio brillante, pero a un costo muy alto. Como le había dicho el italiano, era muy duro ver morir a todos sus seres queridos. 

ESCRITOR RICARDO STEIMBERG
Tuvo que afrontar varias “reencarnaciones” durante los últimos 140 y pico de años, luego de terminada la Guerra Grande. Caminaba tranquilo por las calles sabiéndose muy rico, tanto como tremendamente solo. 

Había sufrido mucho con la pérdida de su primera pareja y sus hijos, por lo que a posteriori ya no se involucró más sentimentalmente. Solo romances pasajeros. 

Cambió de ciudad varias veces, pero no quiso dejar el país. Hoy se lo puede ver en Asunción, en su pequeño establecimiento de sepelio y fábrica de féretros, siempre apegado a su estilo. Sin despertar sospechas ni atraer demasiadas miradas sobre él. Pero eso sí, buscando con desesperación alguien a quien endosarle el demoníaco contrato.

1 comentario:

Albys Paredes B. dijo...

Muuuuy bueno... Tu estilo inconfundible que tanto me gusta...
Felicitaciones...