Por Yoani Sanchez
Fuente: http://www.desdecuba.com/generaciony/?p=3269
No me gusta ir por la vida defendiéndome  de ataques, quizás porque me he pasado la mayor parte de ella bajo el  fuego cruzado de la crítica. He aprendido que a veces es mejor digerir  el insulto y seguir adelante, pues denigrar ensucia más a quien lo hace  que a la víctima. Sin embargo, todo tiene un límite. Algo bien distinto  es que pongan en mi boca frases que yo no dije, tal y como ha ocurrido  con la entrevista publicada por Salim Lamrani en Rebelión.  Al comenzar su lectura, no noté mucho la tergiversación, pero ya en la  segunda parte me era imposible reconocerme. Es cierto que la  introducción trataba de generar aversión en los lectores hacia mi  persona, pero  ese es el derecho que tiene cada entrevistador de narrar  cómo ve al objeto de sus preguntas.
La gran sorpresa ha sido constatar -en  la medida en que avanzaba el texto- enormes omisiones, distorsiones y  hasta frases inventadas atribuidas a mí. Todo hubiera quedado en otro  intento –entre tantos miles- de adjudicarme posturas que no tengo y  afirmaciones que jamás he dicho, si no fuera porque los medios oficiales  cubanos se aprestaron rápidamente a hacerse eco de la reacomodada  entrevista. Ayer, cuando vi al presentador del más aburrido programa de  la televisión oficial referirse –sin mencionar mi nombre- a una serie de  preguntas que “me desnudaban”, comencé a comprenderlo todo. La razón  para la adulteración ya no era la premura al transcribir ni el deseo de  un periodista de probar a toda costa su hipótesis aún distorsionando  para ello las palabras del entrevistado. Algo mayor se está fraguando  con ese texto semi-apócrifo y hago ahora un alto en el camino de mi blog  para advertirlo.
Tengo una memoria muy vívida de aquella  tarde de hace casi tres meses –curiosamente el señor Lamrani ha tardado  todo este tiempo en hacer pública nuestra conversación- y de las  palabras que intercambiamos. Recuerdo sus preguntas estereotipadas y por  momentos desinformadas sobre nuestra realidad que muy poco se parecen a  estas -tan documentadas- que él ha vuelto a redactar para parecer un  especialista. No me caracterizo por responder con monosílabos, de ahí  que me cuesta trabajo identificarme entre tanta parquedad. En la medida  en que el intercambio que tuvimos en el hotel Plaza avanzaba, se podía  notar como la simpatía de él hacia mi posición aumentaba. Al final,  sentí que todas las barreras se habían derrumbado y el comprendía que no  éramos contrincantes, si acaso personas que veían un mismo fenómeno  desde ópticas diferentes. Un abrazo final de su parte me lo confirmó.  Pero, evidentemente, pudo más la disciplina a “la causa” que su ética  periodística y el profesor de la Sorbone  terminó –visiblemente en la  segunda porción de la entrevista-por adulterar  mi voz. En su  modernísimo Iphone mis moderadas frases debieron ser como un virus  informático royendo los estereotipos, un llamado a terminar con esa  confrontación que personas como él prefieren alimentar.
 

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