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domingo, 19 de marzo de 2017

HAY UNA “PÓRA” EN LA CASA

CUENTO CORTO DE RICARDO STEIMBERG PERTENECIENTE A SU LIBRO "RUMBO AL INFIERNO"


Me contaba una vieja amiga, que había escuchado una interesante leyenda sobre el espíritu de una niña que se negaba definitivamente abandonar una casa. 

Esto había ocurrido a unos 60 ó 70 kilómetros de la actual Hohenau, en el departamento de Itapúa. 

Allí casi todos alemanes o descendientes de ellos, corridos por la Primera o Segunda Guerra Mundial. Otros por ser perseguidos por sus creencias religiosas. 


Allí, en el medio de la nada, uno de esos colonos levantó una hermosa casa, de dos plantas, con casi el mismo estilo en la que había habitado en su niñez. Allí vivían papá, mamá, dos varones y una hermosa niña, bien rubia y de intensos ojos azules. Desde ya está de más decir que siendo la más pequeñita de la casa, era la consentida de toda la familia. 

Toda la familia trabajaba desde antes del amanecer hasta mucho después del ocaso del sol. Pero todo ese esfuerzo valió la pena, ya que luego de varios años, lograron cierta estabilidad económica y un buen nombre familiar dentro de la comunidad. Pero esto duró hasta el desgraciado día en que el padre murió de un ataque cardíaco, mientras dormía. La mujer no solo había perdido a su marido sino un buen padre para sus hijos. 

Ella, por casi dos años, mantuvo su luto, mientras llevaba adelante todo aquello funcionando y al mismo tiempo criando sola a sus hijos, cosa que realmente la rebasaba. Por eso se dedico, luego de ese tiempo, a buscar a un buen hombre, que la aliviara de tanto peso sobre su espalda. Conoció entonces a uno y todo parecía realmente maravilloso, por lo que ella decidió casarse nuevamente. Durante los dos primeros meses, ella volvió a sonreír. 

Pasado dicho tiempo, el carácter del hombre cambió radicalmente, transformándose de un cariñoso novio de la mamá a un malvado padrastro. Se notaba que gozaba al castigarlos con algunas palmadas, con la simple excusa que necesitaban modales y disciplina. Las cosas se fueron poniendo de mal en peor, hasta que el hombre, cierta noche, se atrevió a levantarle la mano a la madre. Por lo que ese fatídico acto fue el comienzo del fin. 

No pasaba un solo día, en aquella casa, que no hubiera golpes y gritos. Como la mujer se defendía bastante bien, entonces el hombre desquitaba todo su malhumor con los niños. Sin embargo parecía haberse ensañado con la niña, a quien zamarreaba hasta quedar agotado. 

En cierta oportunidad, la niña, por querer escaparse del maltrato, quiso huir por la ventana de su cuarto, que estaba en el piso superior, pero cayó inevitablemente al suelo, rompiéndose el cuello. La madre al ver desde lejos la escena, corrió hasta el cuerpo de la niña y comenzó a llorar amargamente. 

Pero su rabia e indignación ante tanto maltrato sufrido pudo más que ella y dejando allí el lánguido cuerpo de la niña, se dirigió hecha una furia hacia el comedor. Allí guardaba la vieja escopeta de su difunto marido, a la que cargó rápidamente y salió en busca del hombre. 

Al mismo tiempo que les gritaba a sus dos varones que se encerraran pronto en sus cuartos. Ella enceguecida, dudo ni un segundo en dispararle, por más que, con lágrimas en sus ojos, él implorara por su vida. 

Ayudada por sus dos hijos varones, lo enterraron profundamente en el hermoso jardín que la madre y la niña habían diseñado y llevado a cabo con mucho trabajo y buena dosis de paciencia. 

Luego de bañarse y llorar amargamente, durante un buen rato, fue hasta el puesto policial a dar parte de la muerte de la niña, a manos de su nuevo marido y sobre su desesperada huida. Cuando ella retornó a la casa, tomó la decisión de vender la propiedad, más producto de su desgarrador dolor que de una larga y profunda meditación. 

Con tanta tragedia en aquella casa, su amor por aquella propiedad terminó abruptamente como las vidas de su esposo y su niña de los ojos azules. Aunque los varones se opusieron tenazmente, la madre le explicó que cada día que pasaba allí, ella sufría intensamente. 

Por lo que muy a regañadientes accedieron al cambio. Como era una excelente propiedad, no tardó mucho en venderse. Pero no se fueron muy lejos, solo un par de kilómetros de allí, donde consiguieron una propiedad mucho más chica, a un precio muy acomodado. Por lo que les quedó un resto con que recomenzar sus vidas. 

Al poco tiempo, le llegó a los oídos de la madre de los chicos, el rumor que en el predio que ella había vendido, ahora existía una “póra”. En guaraní, esta palabra significa duende, fantasma, alma en pena o cuco. Los nuevos dueños contaron a sus vecinos, más próximos, que de noche, podían escuchar voces o piecitos correr de un lado para el otro. 

En ocasiones, se oían puertas que se abrían o cerraban con bastante fuerza. Lo que hacía que toda la familia se despertara y ya no pudiera volver a dormirse más. En cierto momento, cuentan, que escucharon muy claramente la voz de una niña, que lloraba y suplicaba que no se le hiciera ningún daño. Y eso fue lo que decidió a que la nueva familia se mudara, casi de inmediato. Otros aseguran que pedía ayuda a su mamá.

Varias familias más le siguieron a esta, y todas contaban la misma historia, cambiando siempre alguno que otro detalle. Con cada nuevo dueño, el relato se hacía más y más tétrico y aterrador. Y estos chismes no ayudaban absolutamente en nada al pobre vendedor de inmuebles de la zona. 

Quien ya desesperado, hacía verdaderos malabarismos para disfrazar a la leyenda que se había creado sobre aquella propiedad. Hasta que los que podrían ser potenciales compradores, dejaron incluso de preguntar. 

Hoy día, lo que fue una hermosa y floreciente propiedad, permanece totalmente deshabitada, comenzando todo a pudrirse. Así como a ser tragado por una espesa maleza. Algunos solitarios viajeros que pasan por la ruta, durante la noche, aseguran ver luces intermitentes en el piso superior. 

Su fama creció tanto que incluso atrajo a un equipo de filmación norteamericano, de un conocido programa sensacionalista sobre temas paranormales. Por una de esas muy raras casualidades, pude ver dicho programa, en la televisión por cable y creo que sin darme cuenta, se me dibujó, sin quererlo, una sonrisa en mi cara.

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