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sábado, 23 de julio de 2022

El juego como espacio de aprendizaje

Por Tito Benítez
El juego es una característica inherente en el ser humano. No en vano algunos autores estudian la idea del “homo ludens” como una peculiaridad manifiesta y que distingue al ser humano de otro animal.
Posteriormente, se ha encontrado que mediante la etología comparada hay animales que en períodos sensibles de aprendizaje juegan para desarrollar o reforzar determinadas capacidades como las de la caza, liderazgo, fuerza, conflictos de manadas, etc.
Un claro ejemplo es posible confirmar con los animales domésticos como los gatos y perros en los primeros meses o años de vida. Mediante el juego desarrollan capacidades que para la vida adulta instintivamente requerirán para defenderse o sobrevivir.
En el ser humano  notamos como una característica que se desarrolla desde los primeros momentos de la vida. Incluso durante el embarazo la madre puede detectar momentos donde la criatura ya interactúa con el ambiente.
En los primeros años de vida el juego se hace esencial en el niño. Quienes juegan están desarrollando múltiples capacidades. Mediante el juego mueven sus cuerpos, coordinan los brazos, pueden caminar, corren, saltan, hablan, pueden reconocer normas y al reconocer a respetarlas, aprender a perder, a ganar. El juego también permite la socialización, conocer al vecino, hacer amigos, respetar ideas, compartir sentimientos, reconocer que existe el otro, etc.
El niño en ese momento no está simplemente “matando el tiempo”, está aprendiendo. Cada momento es un proceso de aprendizaje para el niño. Montessori habla de “la mente absorbente del niño” como un período sensible donde es posible aprender todo lo que se presenta delante de él.
Depende de lo que el adulto ponga delante del niño para que el mismo absorba como una capacidad o habilidad que pueda desarrollar. Para el niño es un juego, lo disfruta, se asombra con la novedad, con el juego, se predispone.
Para el adulto, existe lo que se llama la “intencionalidad pedagógica”, es decir, detrás de cada actividad, juego, situación, tengo la intención de que aprenda algo en ese momento. Se puede deducir, por lo tanto, que el juego no es un acto inocente. Siempre se aprende algo.
La pregunta que nos hacemos ahora es, ¿a qué juegos estamos dejando que los niños accedan? ¿Con qué intenciones dejamos que los niños jueguen, cuánto tiempo, con quiénes y qué capacidades permitimos que el niño desarrolle?
Me hago esta pregunta porque vemos que desde muy pequeños que se deja que accedan al universo de la tecnología. Y ese acceso casi irrestricto no todas las veces es acompañado por los adultos.
¿Qué habilidades estamos desarrollando o atrofiando en el niño cuando dejamos que accedan a esos juegos? ¿Qué otras actividades podíamos proponer como alternativas y que permitan el desarrollo de las habilidades acordes a la edad?
Es bueno que, como adultos, paremos un rato y pensemos qué estamos dando a nuestros niños y qué aprenden con esos juegos. En las vacaciones, están más tiempo en la casa, y siempre es oportuno proponer actividades que permitan la continuidad de lo que están aprendiendo en la escuela con la profesora.
De repente, podemos acercarnos a la escuela y pedir que nos ayuden a diseñar un plan de juegos que estén acordes a la edad, a la etapa y la intencionalidad de cada una.
Generalmente, no juega más el que tiene más juguetes, sino la capacidad creativa y la intencionalidad con la que le proponemos.
Así también, este espacio de juego, por más poco que dispongamos de tiempo los adultos, es el tiempo para compartir con nuestras criaturas. Como siempre decimos, no es la cantidad, sino la calidad del tiempo lo que importa.

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