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lunes, 31 de octubre de 2022

Espacios positivos de aprendizaje

Por Tito Benítez, Psicólogo

El ser humano tiene la capacidad de aprender. Y es algo hermoso, aprende constantemente, hasta morir. Somos unos seres que nacimos para aprender. Nuestra característica como seres vivos permite que cada situación se convierta en un espacio de aprendizaje.

Mediante esos espacios aprendimos a hablar, escribir, a cocinar, a construir ciudades, a solucionar problemas, a tener estados, leyes, pintamos, dibujamos, todo. Como diría un antiguo profesor, haciendo un juego de palabras: “Nada hemos aprendido de la nada”.

Esa visión antigua donde el niño es un mero receptor y que aprende hasta cierto estadio de la infancia ya queda desfasada. Hoy aprendemos por diversos medios y de forma creativa. Y cuanto más positiva la experiencia, mejor la aprendemos. Somos una suerte de esponja que absorbemos lo que el medio pone delante. Y lo aplicamos de acuerdo a nuestras necesidades.

En este caso el parámetro somos nosotros. Los adultos somos el reflejo para estas criaturas que aprenden todo lo que nosotros hacemos, sentimos, vemos y cómo reaccionamos ante las diversas circunstancias que nos plantea la vida.

Un niño no aprende solo a leer o a escribir en la escuela. Tampoco memoriza cómo debe actuar. Y menos aún pensemos que solo aprende lo que nosotros pensamos que debe aprender. El niño realmente mira cómo actuamos nosotros y cuál es nuestra actitud, nuestra forma de expresar las ideas, la forma de cómo nos llevamos los adultos, nuestros prejuicios, nuestra visión de persona y sociedad la transmitimos todos los días a los niños. Eso también aprende el niño. No solo en la casa, también en la escuela.

He ahí la importancia de promover espacios positivos de aprendizaje. Por ejemplo, si nos mostramos accesibles y dispuestos, el niño podrá desarrollar la seguridad y una sensación de pertenencia que posibilitará que manifieste lo que piense y sienta.

Así también, si mostramos cariño y afecto positivo como los abrazos, con la mirada, con un gesto abierto podríamos promover una sensación de tranquilidad entre madre e hijo o entre profesora y alumno.

Así, cuando se encuentre ansioso, sabrá con quién y cómo calmarse. Podrá transmitir lo que le sucede, lo que hicieron o intentan hacerle. Así como podrá contar a la madre, al padre o a la profesora sus experiencias que para ese niño son muy importantes.  El niño interioriza las diferentes actitudes y para cuando necesite expresar, sabrá con quién hacerlo.

Por eso hoy reprender por reprender ya no tiene sentido. Menos aún gritarle al niño sin que yo me ponga a su nivel o peor aun cuando suponemos que ya debe pensar como un adulto. Se ha constatado que hablar es más efectivo que otro método represivo.

Si pretendemos que el niño aprenda a escucharnos, somos nosotros quienes debemos demostrar que le estamos escuchando. Esa actitud se enseña con el ejemplo.

En ese sentido, si queremos que el niño aprenda a dialogar, es imprescindible que nos vea dialogando. Y una de las condiciones para dialogar es que demostremos actitud de querer escuchar al otro. Caso contrario no hay diálogo, es un monólogo. El riesgo que si no hemos aprendido a escuchar, las ideas se impondrán por la violencia.

Discutamos sobre lo importante que es que creemos los espacios positivos de aprendizaje para los niños. Cuántos problemas podemos evitar si convertimos cada espacio de la vida en un momento de diálogo y aprendizaje. Cuántos espacios de seguridad podemos generar con una simple mirada, actitud de escucha o un abrazo fuerte.

               

1 comentario:

Sara Obermayer dijo...

Los espacios de aprendizajes son fundamentales en el desarrollo del niño/a en cualquier etapa, pues les da la oportunidad de desenvolver sus conocimientos, sus pensamientos, sus emociones y evidenciar su desarrollo. Un espacio de aprendizaje no sólo se limita a la sala de clases , involucra todo su entorno