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lunes, 14 de octubre de 2013

EL EMBARAZO DEL SAPO ESTÉRIL

Colaboración de Ricardo Steimberg

Cuento de Marisel  Pacheco

Cada tanto las oleadas de dolor se hacían más fuerte y las contracciones eran constantes y dolorosas. Era el primer parto de  Anita.  

-- ¡Empuja, un poco más, vamos! gritaba Juana, la vieja partera.

Eran años de experiencia de la comadrona, pero esta vez no pudo contener la emoción, de haber ayudado a la madre naturaleza con aquel milagro…


Anita creyó que, con aquel último grito estremecedor, todo se había acabado, cuando felizmente sus pequeños huevitos habían nacido. Pero el martirio de Anita  recién comenzaría dos días después cuando Pedro, su adorado esposo, partiera silenciosamente, abandonando aquella familia, que tanto decía que amaba.

Unas semanas antes…
Todo comenzó una mañana, cuando  Anita tuvo sus sorpresivos ataques de náuseas y vómitos. Días después ella  le anunciaba  a Pedro el gran  milagro de ser padres. La naturaleza le había negado varias veces, a ella, tener hijos, sin embargo esta vez se había apiadado de la pobre.

La reacción de Pedro, fue bastante extraña. Había adoptado una actitud antipática e inesperada, especialmente viniendo de aquel otrora romántico poeta. Él ahora estaba sumido en una profunda tristeza, acostumbrado a escribir siempre, pero desde aquella funesta noticia, su pluma había ya dejado de diseñar poemas. Ya no entonaba ninguna canción, su mirada era melancólica y distante y no parecía recuperar su antiguo buen humor.

-- ¡Todo era cuestión de tiempo!, decía ella, para sí, mientras apoyaba su cabeza  en una mullida almohada, permaneciendo lánguidamente recostada,  en su cama, por largo tiempo.

Ella no entendía muy bien de donde provenía aquella depresión tan repentina, en él. Cada vez que lo veía, sentía un nudo que asfixiaba su garganta.

Pocas veces ya Pedro le dirigía la palabra, siempre manteniendo el rostro inexpresivo. Todo había cambiado entre ellos, en aquel estanque, donde una vez reinó el amor.

Anita había sido invadida por una horrible sensación abrumadora de impotencia. El amor siempre es bueno para el corazón, pero esta vez intentó reconquistarlo por medio de su estomago. Para ello le preparó una sabrosa y suculenta sopa de mosquito y libélula, pero ni aún así, esto alegró a Pedro.Nadie sabía realmente lo que  le sucedía a él.

Pasado el tiempo y retomando el relato…
Una vez nacidos los pequeñines, se convirtieron en unos minúsculos renacuajos. Él pareció enternecerse con ellos, los aupaba a cada uno y les cantaba una canción de cuna. Esto siempre le provocaba que dos grandes lágrimas rodaran por su rostro. Durante un par de días las dudas le carcomieron todo su ser, hasta que no pudo soportar más y tomó una drástica decisión.

Por lo que una noche de intensa lluvia, Pedro escribió una triste carta de despedida que rezaba lo siguiente:

"Mi querida Ana, espero que nunca despiertes de este sueño,  convénceme que tu suave piel, no fue acariciada por otros, ya que esta duda me carcome las entrañas. Ambos supimos como la naturaleza nos negó varias veces ser padres, pero no por tu culpa, si no por la mía. Y aquellos hermosos y tiernos renacuajos, a los que amo como si fueran hijos míos".

Pedro dejo su carta sobre la almohada, le dio un beso en la mejilla de Ana, después se dirigió a la habitación de los bebes y alzó a cada uno, acariciándolos, y dándoles un beso, para luego partir. No quiso dar vuelta su cabeza para evitar emocionarse hasta las lágrimas.

Al día siguiente Ana, al leer aquella nota firmada, por puño y letra de Pedro, se sintió con el corazón herido por la ofensiva desconfianza. Por eso le permitió que partiera.

Pasaron ocho largas primaveras y Ana aún alentaba una leve esperanza de volver a verlo algún día a su único amor. Aquel falso rencor por haberla abandonado, pareció ir diluyéndose con el transcurso de los años. Todos los fines de semanas, ella cocinaba aquella sopa de mosquito que tanto le gustaba a Pedro. Cosía y descosía  cuidadosamente todos los días, la única camisa que había dejado en el armario. 

Cada mañana acariciaba su retrato, que lo tenía colocado  sobre la mesita de luz, que era lo primero que veía cada mañana y lo último al acostarse. Esta valiente madre sapo, se había ganado el respeto y el amor de todo el estanque, por haber criado sola  a sus hijos. Sus niños crecieron y formaron cada uno, su  propio hogar.

En su viejo sillón se sentaba cada tarde, hasta la puesta del sol, esperando a Pedro. Las manecillas del reloj siguieron avanzando y ella terminó  envejeciendo.

Un día, una noticia extravagante llegó al país de los sapos. Esta contaba  que Pedro había muerto y dejando como única herencia un libro gigantesco. En ese momento el  corazón de Anita se quebró en mil pedazos.

Jamás volvería a ver a su amor. Sin embargo, la larga espera había sido en vano. Fue al pueblo y trajo consigo el libro. Se sentó y comenzó a hojearlo una a una sus páginas, como queriendo encontrar algo que hablara de la vida de él. Pero fue grande su sorpresa al encontrar sólo páginas en blanco.

Ella se sintió totalmente desilusionada en ese momento, por lo que arrojó el libro al suelo con bastante violencia.

Se sintió burlada por aquel estúpido sapo, al que tanto ella amaba.

De pronto vio caer algo del libro; era un señalador de páginas, ella lo tomó, y encontró algo escrito allí, que decía:

"Toda una vida sin ti y nada que contar"


FIN

1 comentario:

RICARDO VILLAMAYOR dijo...

PARTICULARMENTE ME PARECIÓ BASTANTE INTERESANTE Y MUY ORIGINAL, ME SIENTO FELIZ QUE PODAMOS CONTAR CON PERSONAS QUE APUESTAN POR LAS LETRAS EN NUESTRO PAÍS, MUCHAS FELICIDADES A LA AUTORA, FUERZA Y ADELANTE!!