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jueves, 17 de marzo de 2016

EL OMBLIGO DE ADÁN

Cuento de Ricardo Steimberg
Extraído de su libro: "RUMBO AL INFIERNO"

No hace mucho tiempo atrás, acompañe a un amigo a la casa de su abuela, quien vive en un perdido caserío, en el Departamento de Canindeyú, a unos 20 km de Katueté, llamado Tape Kua. La invitación me llegó por simple casualidad, ya que la familia de mi amigo y él mismo, debían ir allí, por un compromiso imposible de eludir. 

Era el cumpleaños de la abuela de mi amigo, y este, temiendo aburrirse, con toda aquella parentela que pocas veces veía, hizo lo imposible para que le permitieran llevarme.


Como era la primera vez que yo estaba allí, mi amigo, luego de presentarme a su abuelita y algunos de sus parientes más cercanos, hizo lo mejor que pudo para mostrarme lo resaltante de aquel lugar. 

Sin querer ofender a mi amigo y como faltaba muy poco para que oscureciera, y no tenía muchos deseos de caminar, le propuse descansar por lo menos esa noche. Sin embargo, ninguno de los dos pudimos dormir enseguida, por lo que cotorreamos sobre las preocupaciones muy propias de todos los adolescentes. 

Como que carrera seguiríamos terminado el secundario, sobre nuestros equipos favoritos de fútbol y por supuesto, la infaltable charla sobre mujeres. Hasta que ya totalmente satisfechos y agotados, ambos nos quedamos profundamente dormidos. 

A la mañana siguiente, luego de un abundante desayuno, servido por la simpática abuelita de mi amigo, emprendimos el tortuoso camino ascendente hacia el bosquecillo que tanto mi amigo se empecinaba en que conociese. 

Por lo que me había dicho, este se encontraba a unas cincuenta cuadras de la casa de su abuela. El camino era de ripio, pero bien compactado, y todo el trayecto era en una muy lenta subida. 

Como no teníamos ningún apuro, hacíamos paradas en todos aquellos lados que nos llamaban la atención. El lugar era realmente espectacular, con colores y olores tan diferentes a los que estaba acostumbrado, que despertaron mi imaginación y mi memoria al intentar identificarlos. 

Cerca del mediodía, mi amigo sacó de su mochila unas viandas, y tomamos un ligero refrigerio, mientras aspirábamos el aire fresco, a pesar del calor. Cuando nos dimos cuenta que se nos había ido demasiado la hora. 

Proseguimos el paseo, pero ahora con el paso redoblado. Al rato, nuestro camino se hizo más estrecho, como si fuera una antigua picada. A medida que avanzábamos, notábamos que se hacía más difícil la subida y yo muy fuera de forma, estaba comenzando a jadear. 

A duras penas llegamos a la cima. Desde allí pude observar, a lo lejos, todo aquel hermoso panorama; tuve la sensación que todo aquel esfuerzo había valido la pena. Nos sentamos a contemplar y reponer líquido de una cantimplora, que mi amigo, por fortuna, había traído. Tanto él como yo, dejamos el equipo de tereré, en nuestras casas y como no queríamos pedir ninguno prestado, nos arreglamos con lo que teníamos a mano. 

Desde arriba, toda aquella vista parecía una postal sacada del mismísimo Paraíso. Hablamos de vacas perdidas y bueyes encontrados, por lo que el tiempo pasó casi sin darnos cuenta. De pronto, nos percatamos que había rápidamente oscurecido, y emprendimos entonces el regreso. 

No habíamos andado ni unos cien metros, cuando descubrimos una vieja casucha de madera, totalmente destartalada, que ninguno de los dos recordaba haberla visto en la subida. 

Una gran cuota de curiosidad nos picó e hizo que nos acercáramos, en la medida que nuestro coraje así lo permitiera. Aquella endeble construcción, en medio de la nada, generaba cierto temor. Siempre le tuve aprecio a mi amigo, pero nunca se destacó por ser ni elocuente ni comunicativo. 

Pero sí muy impulsivo, por eso, fue él quien tomó la delantera y sin pensarlo dos veces, espió por la ventana y al no ver a nadie, se dirigió directamente hacia la puerta y sin mediar palabra, la abrió violentamente. Lo seguí atrás, a muy corta distancia, pero sin saber que cuerno aquel haría. 

Una vez dentro y cargando un gran temor encima, pude observar un pequeño ambiente miserable, lleno de polvo y hojas secas que habían entrado por una ventana rota. De pronto, del rincón más obscuro de aquel cuarto, se nos apareció una extraña figura que se mantenía de espalda y a quien le cubría una muy larga y amplia capa negra, con su respectiva capucha. 

Aquel fantasmagórico ser se encontraba flotando en el aire, como a unos quince centímetros del suelo. Mi amigo y yo quedamos totalmente paralizados, sin saber que hacer. Incluso aunque quisiéramos haber gritado, no hubiéramos podido hacerlo. La figura al sentir nuestra presencia fue lentamente dándose vuelta hasta que vimos su macabro rostro. 

Era un cráneo, que en la penumbra, resaltaban sus orbitas vacías ocupadas ahora por dos carbones rojos incandescentes, a modo de ojos. Temblaron violentamente nuestras piernas, como si fueran palitos, aún así quedaron clavadas al piso. Ni siquiera pudimos levantarlas cuando aquel espantoso espectro soltó una espantosa y sonora carcajada macabra, que nos heló la sangre. 

Lo miré rápidamente a mi amigo y noté sus ojos de terror, por lo que supuse que los míos no lucían mucho mejor. Luego buscamos juntos con la vista, la puerta de salida. Y esta se nos hacía muy lejos en la presente situación. 

La extraña figura se nos vino encima, sin dejar un solo segundo de levitar. A medida que se nos acercaba aquella estampa grotesca, comenzó a transformándose en un humanoide, para luego dejar caer su capa y observar toda su desnudez en pleno. 

Luego comentaríamos con mi amigo que era tanto el miedo que no vimos su cara, solo nos llamó la atención su falta de vestimenta, como es lógico. Por solo una fracción de segundos, detuvimos nuestras miradas en su torso y llamativamente nos topamos con que el espectro no tenía ombligo. 

No lo pensamos dos veces, mi amigo me tomo muy fuerte del brazo y prácticamente me empujó hacia fuera de la casucha. Al salir, él dio un portazo tan fuerte que todo el maderamen tembló hasta los cimientos. Si bien a la ida el trayecto no me había parecido tan largo, la precipitada vuelta se hizo demasiado extensa para nuestras piernas totalmente fuera de forma como estaban. 

Entramos a la casa de la abuela de mi amigo, como si fuéramos un torbellino. Con el sudor en la cara y boqueando como pescados, intentamos escondernos dentro de la casa para evitar ser interrogados. Nos mirábamos el uno al otro, aún con cara de miedo y sin creer todavía que lo visto en aquella casa, no había sido una fantasía o una alucinación. 

Esto no era algo para divulgarlo a los cuatro vientos. Ya que seguro que pensarían que éramos unos mentirosos o que deseábamos salir en la tele o simplemente que nos fumamos algo bastante más fuerte que el tabaco. O algo mucho peor: que habíamos perdido el juicio. 

Aquella noche no logramos pegar los ojos, porque estábamos demasiado excitados, por todo lo vivido en aquel atardecer. A ese asunto lo dimos vuelta como si fuera un guante, revisando entre ambos, cada segundo de lo allí sucedido. El único punto que nos resultaba obscuro e intrigante era que, cuando aquella extraña figura se nos acercó furiosa, totalmente desnuda, es que no le divisamos en ningún momento su ombligo. 

Según había leído, en algún lado, los demonios no tenían ombligo, tal el caso de Adán y Eva, pero no solo por haber nacidos sin padres, si no como un recordatorio de la serpiente que los indujo a pecar. 

Los demonios tampoco los lucían, por ser ellos quienes tentaban a los humanos hacia la maldad y las tinieblas. Todo lo que habíamos visto, nos perturbó de tal manera que aquel hecho cambió radicalmente nuestra manera de pensar.

Dejamos entonces de movernos dentro de estructuras rígidas, ya que aprendimos, por lo sucedido, a mantener la mente totalmente abierta. Cada uno de nosotros terminó su carrera universitaria, sin embargo nunca la ejercimos. Habíamos cumplido con nuestros padres, ahora emprenderíamos nuestro propio camino.

Actualmente nos dedicamos a perseguir demonios por todo el mundo y cuando es posible, darles caza. Un trabajo realmente excitante pero demasiado peligroso si uno se descuida. Siempre ellos están ahí, al acecho, esperándote donde menos lo esperes y agazapados aguantando saltarte literalmente al cuello y llevarte al más profundo de los abismos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...


Magníficas escenas que llevan al lector por el mismo paisaje de tu cuento. Una crítica constructiva, en la que no tenes que estar de acuerdo, claro está. Es: hubiera sido bueno mantener el monto de intriga y no ir "desnudando" el por qué de la situación. Simplemente dejar un final abierto o, bien, dar lugar a otros co-protagonistas que den su opinión sobre lo vivido en la casucha. Algunos podrían desdecirlo, incluso acusarlos de locos. Pero la interacción entre las diferencias le un gusto delicioso a los cuentos. Más aun, cuando se da lugar a cada lector que piense por sí mismo, cuál sería "la verdad".
Saludos, Uto Pía.

Ronuz dijo...

Me gustó bastante, hace volar la imaginación visual ;)

Ronuz dijo...

Me gustó bastante, hace volar la imaginación visual ;)

Albys Paredes B. dijo...

WoOoooW...!!!! Un lujo leerte, como siempre, y con la dosis exacta de fantasía, sin caer en lo improbable... Me encanta este género... Felicitaciones...!!!!

Albys Paredes B. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.